Se nos acaba la vida

Por Boris L. García Cuartero

Casi que acostumbrados a lo que algunos llaman el tremendismo de los científicos y de los medios de comunicación, a veces no se es capaz de aquilatar cuánto daño hemos hecho a la naturaleza. Basta con tener a mano datos actualizados y entonces uno ve más cerca la hecatombe… luego, quizás olvide, en medio de las tragedias cotidianas…

Pero lo cierto es que se nos acaba la vida. Con el decurso la humanidad camina hacia el borde del abismo y se corrobora al comprobar que más de 16 mil especies se encuentran en peligro de extinción -¿incluirá esta cifra a los humanos?- el 9 por ciento de los bosques están en el mismo rango, mientras el 23 por ciento de los mamíferos, el 12 por ciento de las aves y el 34 por ciento de los peces corren igual suerte.

Las causas son harto conocidas: se dilapidan los recursos, mercados feroces solo atinan a vender o comprar, la irresponsabilidad mundial… las consecuencias: parece que poco importan a muchos, menos a políticos y magnates; lo importante es tener ahora, ostentar ahora, enriquecerse ahora; el legado generacional es intrascendente… ya se acabará la vida en el planeta…

Otro grave problema es la posesión de agua dulce –y los conflictos sobrevendrán. Solo tiene esa característica el 2,5 por ciento del líquido planetario, distribuido entonces en partes tan desiguales como: 0,04 por ciento en la atmósfera, 22,4 por ciento en el subsuelo y 0,36 en lagos, ríos o pantanos.

Pero detengámosnos en nuestro continente. Contamos para existir con el 26 por ciento del agua dulce del orbe; el 50 por ciento de los ríos están contaminados, mientras el 15 por ciento de la población no tiene acceso al agua potable y un 30 por ciento carece de saneamiento básico. Cifras escalofriantes si se conjugan con el cambio climático, la desertificación, sequías intensas, fuertes lluvias, deslizamientos de tierra o lodos, pérdida de la biodiversidad… el mundo, parece, se va a acabar…

Súmele que una cuarta parte de América Latina y el Caribe son tierras secas o desérticas, mientras esa misma situación amenaza a casi el 10 por ciento de quienes vivimos en la Tierra y 5200 millones de hectáreas agrícolas están degradadas o a un tantico de convertirse en totalmente improductivas.

El aire que respiramos nos ofrece otro panorama aterrador. Los países desarrollados emiten a la atmósfera el 63,1 por ciento de los gases contaminantes, el resto, 36,9, corresponde a quienes acumulan las mayores miserias, como el hambre multiplicado, la explotación de sus recursos, las enfermedades que acortan la vida –más a los niños y ancianos-, son víctimas de guerras de rapiña… el subdesarrollo que nos desiguala y nos acerca al precipicio…

La tragedia ecológica está en nuestra narices y ciegos, sordos y mudos ante esa realidad, los números crecen: basta con saber que la contaminación atmosférica nos conduce hacia el efecto invernadero; la desertificación y la sequía afectan al 40 por ciento de los suelos; la crisis del agua se nos viene encima, al estar apta para el consumo solo el 0,01 y el cambio climático provoca el ascenso de las temperaturas y grandes catástrofes…

El mundo se va a acabar no únicamente porque cada año consumimos los recursos de mundo y medio… es el caos y los humanos sus principales actores… ¿a dónde ha ido a parar la inteligencia humana?